Como agnóstico, no niego ni afirmo la existencia de un Dios. Como ser humano, sostengo que la iglesia debería de desaparecer.
El último círculo del infierno, aquel que Dante describe como un lago congelado en su magnífica obra “La Divina Comedia”, está repleto de gente como Naasón Joaquín García, quien fue detenido por tráfico de personas, pornografía infantil y abuso de menores. No obstante, no me podría imaginar un infierno mucho peor que nuestra realidad.
Naasón, homenajeado en Bellas Artes hace algunas semanas, es el líder de La Luz del Mundo. Sus seguidores lo conocen como “el Apóstol de Jesucristo” y tan es así que las denuncias en su contra aseguran que sus víctimas eran amenazadas con que, si no cumplían con los deseos de “el Apóstol”, estaban en contra de Dios.
Joaquín García es acusado, junto con otras tres personas afiliadas a La Luz del Mundo, de haber cometido, a lo largo de cuatro años, 26 delitos graves en el sur de California.
Siglos y siglos de abusos, ¡cuanta inhumanidad de los que se hacen llamar «los más humanos»! No sé si exista un Dios, pero ojalá, para que sea él quien castigue a estas personas, ya que ninguna cárcel lo podría hacer adecuadamente.
Diría Friedrich Nietzsche: «¿qué son, pues, estas iglesias sino las tumbas y sepulcros de Dios?».