Corridos Musicales son relatores de la historia de una época específica.

No debe olvidarse que los corridos son una expresión cultural con una larga tradición en México.
Desde la Revolución, han servido como una forma de relatar la historia de manera musical: narraban hazañas, injusticias y hasta crímenes que, de otro modo, habrían quedado en el olvido.
Se trata, pues, de un género que también cumple la función de crónica popular.
El problema surge cuando esa narrativa deja de documentar para empezar a glorificar. No es lo mismo contar un hecho violento que enaltecer al violento.
Los narcocorridos cruzaron esa línea al presentar a narcotraficantes y criminales como héroes o referentes de éxito, algo que inevitablemente influye en la percepción social, sobre todo entre jóvenes que buscan modelos a seguir.
En ese sentido, la decisión del gobierno de Querétaro tiene una ventaja clara: limitar la exaltación pública de quienes dañan al país.
El mensaje es que la violencia y la ilegalidad no deben celebrarse como aspiración cultural.
La música no genera la violencia; la refleja. Y prohibirla como decíamos en el artículo anterior, no elimina las condiciones que originan esas historias: impunidad, desigualdad y falta de oportunidades.
La justa lucha es la de frenar la normalización de la violencia en el espacio público. Los corridos seguirán siendo parte de nuestra cultura. La cuestión es decidir qué queremos que cuenten: ¿la épica de los criminales o la memoria de un pueblo que busca justicia?
Bottom line (como dicen los gringos) es que los corridos surgen en sus propias épocas. En un futuro serán una manera en que los mexicanos que aún no nacen, sepan “por donde corría el agua” en estos años que a nosotros nos ha tocado vivir.