Arnold Valdés, Editorial 28 junio, 2019

El Dios de Spinoza y de Einstein

por Redacción

¿Alguna vez te has preguntado sobre las creencias trasmundanas de Albert Einstein? Si sí, hoy es tu día de suerte, pues explicaré – de la forma más coloquial y sencilla posible, al Dios en el que creía el reconocido físico. Si tu respuesta es no, ¿qué daño podría hacer conocer un poco más?

Cuando se le cuestionó a Einstein sobre sus creencias religiosas, este respondió: “Creo en el Dios de Spinoza, que se revela en la armonía ordenada de lo que existe, no en un Dios que se preocupa por el destino y las acciones de los seres humanos”.

El Dios en el que creía Albert Einstein era el Dios que Baruch Spinoza, un brillante filósofo de origen holandés, había tratado de imaginar. Hago hincapié en la palabra ‘tratado’, pues la esencia divina es infinita e inimaginable para una mente tan finita como la nuestra, de acuerdo con el propio Spinoza.

El filósofo racionalista, cuyo oficio era el de pulir lentes, pensó – basándose en el método cartesiano –, que el Dios que había descrito René Descartes era algo exponencialmente más profundo. Por ello, se propuso explicar su idea del todopoderoso.

Para comprender, al cien por cien, el pensamiento del sapientísimo Baruch es necesario entender el concepto aristotélico de ‘sustancia’. Sustancia, para el griego Aristóteles, es el sujeto por sí mismo, en quien descansan los atributos, las propiedades y los accidentes. Sustancia es, en esencia, una entidad individual e independientemente existente, algo que existe en-sí-para-sí.

A partir de esta reflexión aristotélica, Spinoza desarrolla su propio pensamiento, partiendo de la idea de Dios y haciéndolo el centro de su filosofía. De hecho, en repetidas ocasiones, Baruch critica a los demás filósofos por no empezar con Dios, sino por terminar con él, es decir, por centrar sus ideas en las cosas y a partir de ellas, llegar hasta Dios. Traducción: la filosofía de Spinoza inicia en donde la de los otros intelectuales culmina.

Baruch entiende que Dios es la única sustancia, ya que es lo único, a su criterio, que existe por y para sí mismo. Spinoza afirma que la esencia divina es lo único que no necesita de nada, más que la propia esencia divina, para existir. Las demás entidades dependen directamente de él (de Dios).

Contrastando la ambivalencia de la sustancia, para Aristóteles y para Descartes, cualquier sujeto puede ser sustancia, mientras que, para Spinoza, sólo Dios es sustancia. Esto debido a que, de acuerdo con el criterio del holandés, Dios es lo único que existe en-sí-para-sí: es la causa de sí mismo gracias a la virtud de su propia esencia.

En Ética, una de las obras más emblemáticas del holandés, se describe a Dios como “la sustancia que consta de infinitos atributos”, de los cuales sólo podemos, por nuestra naturaleza limitada, comprender dos: el pensamiento y la extensión.

Una vez comprendido que Dios es la única sustancia, se puede deducir que Dios lo es todo y es, a su vez, la causa de todo. Y lo es gracias a su naturaleza, que obra sin un fin pero que obra, precisamente, por su naturaleza.

Las obras de Dios, para Baruch, permanecen en Dios debido a que estas forman parte de él. Spinoza considera que Dios es todo y que todo está en Dios. Todo. Absolutamente todo. Tú, yo, las plantas, los animales, las rocas, etc.

Todo es una manifestación de la esencia divina, que no obra con fines antropológicos, sino divinos. Gracias a esto, Dios no castiga, ni perdona, ni manda: sólo existe porque todo lo es él y él lo es todo.

En palabras de Anand Dílivar, esto es lo que el Dios de Spinoza quiere decir:

“¡Deja ya de estar rezando y dándote golpes en el pecho! Lo que quiero que hagas es que salgas al mundo a disfrutar de la vida.

Quiero que goces, que cantes, que te diviertas y que disfrutes de todo lo que he creado para ti.

¡Deja ya de ir a esos templos lúgubres, obscuros y fríos que tú mismo construiste y que dices que son mi casa! Mi casa está en las montañas, en los bosques, los ríos, los lagos, las playas. Ahí es en donde vivo y ahí expreso mi amor por ti.

Deja ya de culparme de tu vida miserable; yo nunca te dije que había nada mal en ti o que eras un pecador, o que tu sexualidad fuera algo malo.

El sexo es un regalo que te he dado y con el que puedes expresar tu amor, tu éxtasis, tu alegría. Así que no me culpes a mí por todo lo que te han hecho creer.

Deja ya de estar leyendo supuestas escrituras sagradas que nada tienen que ver conmigo. Si no puedes leerme en un amanecer, en un paisaje, en la mirada de tus amigos, en los ojos de tu hijito… ¡No me encontrarás en ningún libro!

Confía en mí y deja de pedirme. ¿Me vas a decir a mí como hacer mi trabajo?

Deja de tenerme tanto miedo. Yo no te juzgo, ni te crítico, ni me enojo, ni me molesto, ni castigo. Yo soy puro amor.

Deja de pedirme perdón, no hay nada que perdonar. Si yo te hice… yo te llené de pasiones, de limitaciones, de placeres, de sentimientos, de necesidades, de incoherencias… de libre albedrío ¿Cómo puedo culparte si respondes a algo que yo deposité en ti? ¿Cómo puedo castigarte por ser como eres, si yo soy quien te hice? ¿Crees que podría yo crear un lugar para quemar a todos mis hijos que se porten mal, por el resto de la eternidad? ¿Qué clase de Dios puede hacer eso?

Olvídate de cualquier tipo de mandamientos, de cualquier tipo de leyes; esas son artimañas para manipularte, para controlarte, que sólo crean culpa en ti.

Respeta a tus semejantes y no hagas lo que no quieras para ti. Lo único que te pido es que pongas atención en tu vida, que tu estado de alerta sea tu guía.

Amado mío, esta vida no es una prueba, ni un escalón, ni un paso en el camino, ni un ensayo, ni un preludio hacia el paraíso. Esta vida es lo único que hay aquí y ahora y lo único que necesitas.

Te he hecho absolutamente libre, no hay premios ni castigos, no hay pecados ni virtudes, nadie lleva un marcador, nadie lleva un registro.

Eres absolutamente libre para crear en tu vida un cielo o un infierno.

No te podría decir si hay algo después de esta vida, pero te puedo dar un consejo. Vive como si no lo hubiera. Como si esta fuera tu única oportunidad de disfrutar, de amar, de existir.

Así, si no hay nada, pues habrás disfrutado de la oportunidad que te di. Y si lo hay, ten por seguro que no te voy a preguntar si te portaste bien o mal, te voy a preguntar ¿Te gustó?… ¿Te divertiste? ¿Qué fue lo que más disfrutaste? ¿Qué aprendiste?…

Deja de creer en mí; creer es suponer, adivinar, imaginar. Yo no quiero que creas en mí, quiero que me sientas en ti. Quiero que me sientas en ti cuando besas a tu amada, cuando arropas a tu hijita, cuando acaricias a tu perro, cuando te bañas en el mar, cuando bailas como un loco.

Deja de alabarme, ¿qué clase de Dios ególatra crees que soy?

Me aburre que me alaben, me harta que me agradezcan. ¿Te sientes agradecido? Demuéstralo cuidando de ti, de tu salud, de tus relaciones, del mundo. ¿Te sientes mirado, sobrecogido?… ¡Expresa tu alegría! Esa es la forma de alabarme.

Deja de complicarte las cosas y de repetir como un loro lo que te han enseñado acerca de mí.

Lo único seguro es que estás aquí, que estás vivo, que este mundo está lleno de maravillas. ¿Para qué necesitas más milagros? ¿Para qué tantas explicaciones?

No me busques afuera, no me encontrarás. Búscame adentro. Ahí estoy yo, latiendo en ti.”

Texto de Dílivar extraído de:

Autoessen (2018) Dios Diría – Anand Dílivar. Mi voz es tu voz. Extraído de: https://mivozestuvoz.net/2018/08/26/dios-diria-anand-dilvar/